Lo nuestro prendió, una tarde de otoño,
y pudo ser en las calles de Nueva York,
en lo alto del Empire State…
En los canales de Venecia, en algún mirador
de Roma.
Quizá pudo crecer
a los pies de alguno de los «ochomiles»
que rajan los cielos
con orgullo geográfico.
Pudo ser en muchos sitios
pero lo nuestro ardió, una tarde de otoño,
en la cafetería de la facultad.
Fue allí,
en la clase más concurrida,
donde te hablé de todo y de nada a la vez.
Allí conté los segundos que había perdido
antes de conocerte, miento,
antes de saber quién eras en realidad.
Hablamos de lo duro que se hacía
el comienzo del curso.
De las teorías de la comunicación,
de lo inútil del tipómetro…
de lo poco que cundía el temario de sociología.
Mientras, yo pensaba
en los besos que iba a robarte,
las veces que iba a hacerte el amor
en las tardes de agosto
o en los viajes
que iba a emprender hasta el fondo de tus ojos.
Entre las mesas de aquel salón grasiento
vi a nuestros amigos pasar y mirarnos.
Vi nuestras manos agarrarse fuerte,
prepararse para el laberinto de saliva
y años que se abría a nuestros pies.
Desde entonces hasta ahora
han pasado los veranos y los problemas,
las alegrías y los días más bajos…
lo nuestro ha crecido sano de verdad.
Nuestra cama no sale en los libros
de Federico Moccia
pero la almohada huele a ti,
que es mucho más romántico.
Julián Garvín Serrano (2015)